El devastador deterioro ambiental no obedece a la supuesta naturaleza humana sino al capitalismo, al imperio del factor económico y su ansia insaciable de crecimiento, medido con el mito del PIB, que solo cuantifica bienes y servicios, ignorando su reparto, los vínculos sociales y la salud del planeta. Frente a esto surge el decrecimiento: reducir producción y consumo para aligerar la huella ecológica, planificando democráticamente con justicia social y bienestar. El poscrecimiento propone una economía estacionaria, decisiones colectivas y reparto equitativo de la riqueza, eligiendo lo menos, lo ligero, lo lento y lo pequeño, impulsando una desaceleración sostenible y convivencial.